De lo que trasciende, las negociaciones postelectorales se parecen a las de los tratantes en las ferias de ganado: tira y afloja, tal vez, sí pero no, por lotes agrupados o por cabezas separadas. Se pone alto precio a lo que se pretende vender y se regatea con lo que se quiere comprar. Los tanteos se repiten a varias bandas, tensando la cuerda para ver quién aguanta más, en un envite entre versados en las lides del oportunismo, el engaño y el disimulo, con faroles incluidos, no apto para cardíacos.
Los corredores, mandatarios del principal, ponen su empeño en no defraudarle y ultimar satisfactoriamente el trato; pero reclaman cierta autonomía para poder enseñorearse en su cortijo o llegar a tenerlo. Quieren ser capataces y no braceros; tener la manos libres para hacer su particular acuerdo.
Esta es una feria muy singular, en la que todos quieren más, y en la que junto a caballos de paso español se venden equinos rebeldes y difíciles de desbravar. Si se mezclan, acabarán a dentelladas, repercutiendo mayormente entre el público que está a verlas venir.
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