Conviene prestar atención a la intencionalidad 
con que se hacen o dicen las cosas y el fin perseguido. Aconsejar a una persona 
para que mejore en diversos aspectos o abandone actitudes negativas y nocivas, 
puede servir de estímulo al aconsejado para iniciar el cambio o emprender un 
nuevo rumbo vital. Son loables los propósitos del que aconseja cuando los 
preside una finalidad buena, reforzándose si van acompañados con su rectitud de 
conducta y la experiencia en las facetas que da la vida. Pese al refrán “ 
Consejos vendo y para mí no tengo “, no está de más aconsejar al que lo precisa, 
máxime si lo demanda, pues incluso de un árbol torcido pueden surgir brotes 
rectos y con savia nueva.
Así y todo, con la gente que no admite 
recomendaciones ni se presta a escucharlas, es preferible no seguir haciéndolas, 
ya que si se persiste en el intento puede producirse mayor rechazo a aquéllas e 
incluso deteriorarse la relación interpersonal.
Conviene también no olvidar que hay personas que 
piden consejo, esperando recibirlo en el sentido que tienen decidido de 
antemano. Lo solicitan a unos y otros para ver cómo se pronuncian, pero van a la 
suya. En estos casos hay que decirles lo que se piensa, aun sabiendo que después 
harán lo que quieran. 
En el plano espiritual es una obra de 
misericordia “ Dar buen consejo a quien lo ha de menester “, y también “ 
Corregir al que yerra “. ¿ Quién no precisa de consejo y corrección 
?  Muchas veces son desestimados por la 
prepotencia, la soberbia, el sectarismo y el egoísmo, que son malos 
consejeros.
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