El viejo guerrero, resguardado en su guarida,
colgó la espada y el arcabuz en la pared,
encima del lar, calentándose con el
fuego
de la leña encendida.
Decaído físicamente, aún mantenía
la lucidez, para recordar por qué
luchó,
el ímpetu que ponía y las heridas
recibidas.
Prestó servicio de armas en los
gloriosos
Tercios, a las
órdenes del Gran Capitán, Duque de Alba.
No imaginaba el desguace de tamaña
empresa,
ni la inquina posterior contra
España.
Las llamas del fuego, en su bailoteo,
dibujaron una figura ascendiendo.
En ellas vio al Gran Capitán, que le
guió en tantas victorias, volando hacia la
Gloria.
La evocación del viejo guerrero, trasladada
a la Historia reciente, tiene sus
similitudes
con lo que, por revisionismo sectario,
está penalizado ensalzar.
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