Se instalan y viven entre nosotros.
Abusan de la humanitaria acogida
dispensada.
Se les facilita hospedaje.
Aseguradas tienen la alimentación,
la sanidad pública y atenciones
preferentes.
Si se sobrepasan, no respetan las
normas
de convivencia o las infringen y, por tanto, se
les
llama la atención, acusan de ser víctimas
de racismo y discriminación.
Por fortuna, no todos los inmigrantes ilegales
africanos son así. Los hay que no crean
problemas,
y otros que se
saltan la ley.
También entre nuestros nativos ocurre lo
propio,
mas nos los tenemos que tragar por ser
nacionales.
Los llegados y afincados aquí de países
hispanos
son otro cantar; con ellos nos une el
idioma,
lazos fraternales y raíces culturales,
aunque,
como entre nosotros, “ cabras locas “ las hay.
Lo verdaderamente preocupante y escandaloso
es la “ invasión africana “, que va en escalada.
Hay que frenarla en sus países de origen,
tránsito
y embarque. Después de tantas oleadas y
muertes
en el mar, se sabe cómo hacerlo; pero la
Unión
Europea y, por tanto, España, no
emplean
todo su potencial para erradicarla.
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