No hace falta personalizar el nombre, cargo
y los de la “ corte “ que le
acompañan
en el torpe navegar presidencial.
A la voz de un fallido y ególatra capitán,
de arrugas en el alma y la cara
demacrada,
hace aguas la nave en la que nos han
embarcado,
sin botes ni chalecos salvavidas.
Arrecian las olas y los malos
vientos.
Con el timón agarrotado y sin poder girar,
no se modifica el flujo del agua
ni se puede el rumbo cambiar.
El casco está carcomido; hay peligro de
naufragar.
Urge llamar al remolcador, para llegar al
astillero,
reparar los destrozos habidos o mandarlo al
desguace.
Los pasajeros, defraudados y
escarmentados,
desconfían de esta antigualla de barco
repintado
y de su tripulación.
Para una próxima travesía consultarán
con un naviero honrado y respetable,
antes de hacerse a la mar.
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