Los montes siguen ardiendo,
espeluznantes imágenes se ven.
Los que luchan contra el fuego,
arriesgando sus vidas, agotados
están por su constante batalla
contra el voraz enemigo,
que avanza y extiende sus
posiciones,
pudiéndoles las llamas embolsar.
Si contemplando el apocalíptico
panorama,
seguros en la distancia, nos
sentimos
temerosos y acongojados, ¡ qué
impotencia
y frustración embargará a los “ guerreros “
y voluntarios de la vanguardia, y a los que de
sus casas
han sido evacuados, sin saber, cuando
vuelvan,
qué habrá sido de ellas, de sus animales y
propiedades !
La España vaciada sigue abandonada a su suerte.
La masa forestal no ha sido cuidada, la
maleza
ha ido creciendo, los cortafuegos no se
ampliaron.
Los elementos adversos de la Naturaleza se
han
aprovechado de tan larga indolencia.
Ahora prima parar la tragedia, y después
sacar
las conclusiones técnicas de por qué se
ha
producido con tanta extensión y virulencia, sin
olvidar
la vieja lección de que “ los incendios
se apagan en invierno “.
Óigase también a los viejos
lugareños,
y háganse oídos sordos a los ecologistas de
salón.
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