No se puede vivir con sustos, disgustos
y
sobresaltos diarios; la mente
y el corazón precisan reposar y no
estar en alarma permanente.
No se trata de frivolizar y
desentenderse,
sino de aparcar, individual y
momentáneamente,
el sentir por las desgracias de otros,
sufridas en vivo, y el dolor compartido
al verlas filmadas en directo o diferido.
Las autoridades competentes, en las
situaciones
calamitosas, no deben inhibirse
y tienen que “ echar toda la carne al asador
“.
Reconforta la abnegada labor de los
luchadores contra los incendios
forestales.
A ellos, nuestra gratitud y
admiración;
para los fallecidos en tal
desempeño:
¡ “ salva de honores ! y oración.
A los damnificados, que se les indemnice
con prontitud y
largueza, y se cumplan
las promesas hechas. Los que lo
fueron
por la Dana y el volcán de La Palma,
aún siguen, en
todo o en gran parte, esperando.
Antiguo es el lema: “ Cuando un monte se
quema,
algo suyo se quema ”. La salvaguarda de lo
común
es una obligación gubernamental, que no
se
debería parcelar.
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