Los distintos servicios de inteligencia tienen sus fuentes de información encubiertas en torno al islamismo radical, además de conocimientos por investigaciones propias y de cooperación internacional. Por eso es frecuente que, cuando se han producido atentados yihadistas en diferentes países y ha trascendido posteriormente la identidad de los autores, salte la noticia que todos o algunos de ellos habían sido controlados o eran conocidos de diferentes agencias estatales de información.
Ello nos lleva a exclamar “a buenas horas mangas verdes” y a plantearnos diversos interrogantes que creemos es mejor dejarlos aparcados. Respuestas, de haberlas, pueden ser o no fáciles de asumir; en todo caso deben estar al alcance parcial de pocos, y culpables no hay otros que los asesinos terroristas. Lo que ahora prima es la unidad contra el terrorismo, eliminar esa lacra y defender Occidente.
A raíz de los crímenes cometidos en Francia por el yihadista Mohamed Merah, certera y felizmente abatido ayer en Toulouse por un disparo a la cabeza, en una operación de la RAID( unidad operativa de élite de la policía gala), nos hemos enterado que estaba fichado y, se supone, controlado, por los servicios de distintos países y ha vuelto a resurgir el fantasma del peligro del islamismo extremista fanático, como si hiciera falta recordar su devastadora realidad.
O bien Occidente es olvidadiza, ignorante o, simplemente, pasa de lo que no afecta personalmente a cada uno; o lo que sería peor: ha renunciado a sus raíces judeo cristianas. Es por ello por lo que conviene recordar, algunas obviedades elementales como:
Es el Islam, en sus corrientes más extremistas, el que ha declarado la guerra (“guerra santa”) a la “infiel” Occidente, y por “apóstatas” a los musulmanes que no siguen la “estricta” ortodoxia.
Abundan los llamamientos a no identificar a todos los musulmanes e interpretaciones del Corán con los terroristas islámicos y sus pretensiones, a lo que, en principio, nada hay que objetar. Pero no vemos que se integren en la cultura occidental, se adapten a sus costumbres e intenten convivir en armonía con la sociedad que les acoge. Más bien se da el caso contrario, con las excepciones que puedan exhibirse y las hay: forman sus guetos, eluden relaciones que no sea entre iguales, lo que no es óbice para aprovecharse de las bondades y beneficios que les dispensan las democracias occidentales, a la espera que llegue su momento pasadas las primeras generaciones de inmigración-asentamiento.
Las mezquitas y oratorios crecen como hongos, con todas las bendiciones oficiales, sin que se exija el requisito de reciprocidad. Hay imanes que condenan los actos terroristas, que afirman que en el Corán no se predica la violencia, que se producen interpretaciones sesgadas y erróneas del mismo, y no tenemos porqué no creerlos; pero no recordamos que, quienes así se pronuncian, hayan animado públicamente a los musulmanes de buena fue a denunciar a los terroristas de facto o potenciales, como a los vinculados a ellos.
Por el contrario, sí que hemos presenciado denuncias televisadas, preferentemente por parte de mujeres, testigos y víctimas, sobre las atrocidades que han sufrido y se cometen el ser aplicada la Ley islámica en su extremo más discriminatorio y cruel.
Mientras sufrimos aquí estos zarpazos terroristas y se hacen llamamientos loables por los gobernantes occidentales a la calma y moderación, cristianos son asesinados a diario en países islamistas. Nadie levanta la voz en su favor, no son peligrosos, su símbolo es la CRUZ del sacrificio, el perdón, el amor y la paz.
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