Los independentistas catalanes sí que nos tocan lo que Vds. piensan y en sus ganas de tocar nos los están hinchando con picaduras de ladillas. Para librarse de los escozores no es suficiente la loción antiparasitaria, hay que recurrir al barbero para un buen afeitado de las partes pudendas.
Eso lo sabían muy bien algunos burgueses de fin de semana en familia y misa dominical, tal como exigían los cánones para quien quisiera pasar por persona honorable y mantener buena reputación, dirigiendo sus pasos durante el resto de la semana en dirección al "moblé" o al discreto piso de la costeada mantenida; pero, en fin, aunque se decía que Barcelona sobresalía en las cosas de la vida disipada, también se daba en algunas otras capitales de provincia importantes sin llegar al peculiar "esplendor" de aquella.
Con el paso del tiempo, los bichillos "catalinos" han mutado la complaciente reverencia franquista por la aversión anti españolista, extendiéndose por Cataluña donde campan a sus anchas contra "la puta España" (Rubianes dixit) que siendo digna madre y dama, la han chuleado cual si fuera una ramera. Son los proxenetas secesionistas, ya con la careta quitada, quienes viendo la debilidad de la ajada señora, quieren sacarle los últimos ahorrillos de su mísera pensión, repudiarla y si por ellos fuera dejarla tirada junto a la puerta de un hospicio.
A los rufianes antes se les aplicaba la republicana Ley de Vagos y Maleantes, que dejó sin vigor la garantista Constitución. Los macarrones del chantaje nacional-separatista se han crecido al no ver barberos dispuestos a hacerles el merecido rasurado. Ayer las ladillas se enseñorearon en Barcelona y en una montaña astur se coreó: "Más, Cia y pujoles, no sigáis tocándonos los bemoles".
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