Este Bárcenas tiene un morro que se lo pisa, más cara que un saco de sellos,…y es que hay que recurrir a este tipo de expresiones y al refranero para calificar a ciertas personas cuando no te sale de dentro lo de presunto delincuente. La mona aunque se vista de seda, mona se queda. Ya dirán los de los autos y las sentencias si el ex tesorero del PP es mona o mico.
En el DRAE se lee que el mico es un mono de cola larga, y recoge, entre otras, la acepción coloquial de persona pequeña y muy fea. No viene al caso ni interesa la longitud de la cola de Bárcenas, pero manos muy largas y ávidas sí que parece tener. Es lo contrario de pequeño y feo, más bien parece un galán de culebrón televisado a diario, titulado el “Filón de oro”, que no es de divertida ficción.
O sea, por lo que se va viendo en los capítulos emitidos, cabe intuir el desenlace final: mona o mico- tanto monta, monta tanto,…- con vestido de cebra a rayas, salvo que algún Tarzán lo salve.
Estos traviesos y ágiles simios saltan de árbol a árbol, trepan por ellos y sus manos y pies son prensiles. El guión que vamos ojeando presenta a Bárcenas como un antiguo trepador del Everest devenido en trepa de altos vuelos, espécimen prensil que ase y sisa lo que le viene a mano.
Insaciable recaudador, llevaba las finanzas de su partido siguiendo la máxima del hermano limosnero: todo es bueno para el convento. Y claro, cuando se recoge sin medida y con los dedos abiertos, mucho se desparrama y se pierde por el camino. Dicen que de ahí amasó su gran fortuna y lo que empezó siendo vena plateada, acabó en mina de oro.
Cuentan que el prior de la orden encargó a la abadesa que cortara por lo sano y embridara al limosnero encabritado. Con éste se enfrentó la recta mujer de recio carácter, impuso su autoridad y en ese punto empezaron los temores en el coro del convento: el limosnero, en su orgullo y bolsa tocado, anda sin control, dispara a la defensiva y amaga.
Culebrones similares, por repetidos y extendidos, están muy vistos. Por los campos andan los regantes para aliviar las variopintas y sedientas tierras, esperando recibir a cambio los frutos de la nueva plantación o del revivido árbol. A la espera siempre están, encaramados en lo alto, las monas/mico de largo rabo poniendo el cazo, o sea: la mano.
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