viernes, 22 de marzo de 2013

EL PRIMER MILAGRO DE BENEDICTO XVI.

 

La divina providencia nos ha regalado al Papa Francisco, pero va a volar el pensamiento hacia quien en sus primeros discursos ha recordado: el Papa emérito Benedicto XVI. En Castel Gandolfo está viviendo provisionalmente, a la espera de que terminen las obras en el convento de clausura "Mater Ecclesiae" levantado en los jardines del Vaticano, para instalarse definitivamente allí y seguir con su retiro hasta que Dios le llame.

La imaginación nos lleva a verle celebrando la Eucaristía, en recogida oración, con el rezo del rosario, leyendo el breviario, con tiempos para el estudio, la lectura, la escritura y la escucha de su música preferida. Lo vemos pasear lentamente por el jardín, apoyándose en el bastón, si el tiempo acompaña; alimentándose con comidas frugales y paladeando ocasionalmente algún dulce de los que le gustan, tomando sus medicinas, sentado ante el televisor pendiente del telediario de la tarde-noche, retirándose a su habitación y, antes de dormir, elevando las últimas plegarias del día.

Ese transcurrir diario, en discreto silencio para el mundo, es el del Papa emérito, moviendo los labios para suplicar a Dios que guarde a la Iglesia, ayude e ilumine su nuevo Pastor, Francisco, para que la conduzca por los caminos de la Fe, la Esperanza y la Caridad, confiando que así será porque Francisco ha sido, a través de los cardenales, el elegido por el Espíritu Santo.

Recogiendo el salmo que reza: "...Los caminos del Señor son inescrutables", se explicaría la renuncia de Benedicto XVI. Con ella y pensando en el bien de la Iglesia, expuso a Dios que ya no tenía el vigor para conducirla y fue escuchado. El relevo recayó en Francisco y su llegada ha sido un revulsivo para almas y conciencias; muchos corazones han sido tocados y han vuelto los ojos a Dios. Ha sido como un milagro, efectuado por intercesión de Benedicto que, con su ejemplar renuncia, propició que apareciera la luz de Francisco. El primer milagro de Benedicto XVI.

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