Llama la atención las múltiples cábalas sobre quién será el próximo Papa, y sorprenden más las que proceden de especuladores desvinculados, ajenos o contrarios a la Iglesia; evidenciándose que ésta y la cuestión sucesoria al frente de la misma no pasan desapercibidas, ni son indiferentes al mundo. Su relevancia trasciende más allá de cualquier otro “fenómeno” religioso.
La grey que se siente y trata de vivir como católico no pierde el tiempo en quinielas, eleva sus preces para que las ruidosas voces mundanas no distraigan ni perturben la atención de los cardenales electores y que, pese a los diversos papables que se barajan, salga elegido como nuevo Papa el que convenga a la Iglesia en su universalidad, como depositaria y transmisora del mensaje de Cristo
La sucesión papal no se rige por las reglas al uso de las diferentes formas de poder temporal, cualesquiera que sean las fórmulas para acceder a él. Hombres son los cardenales electores, y sin perjuicio del contraste previo de opiniones que mantengan sobre el perfil que debería concurrir en el nuevo Papa- diferente según las tribulaciones y problemas internos y externos en cada periodo histórico-, aquellos votan según creen que es la inspiración divina.
De este modo, tras entrar en la capilla Sixtina, invocar al Espíritu Santo, prestar el juramento, pronunciarse el “extra omnes” ( el fuera todos- referido a los que no participan en el cónclave-), se iniciarán las votaciones hasta conseguirse la mayoría requerida para ser elegido el nuevo Papa. Cada elector votará al que crea el idóneo según la voluntad de Dios. Es decir, en el resultado final el Espíritu Santo actuará a través de los electores.
El próximo Papa será uno de los llamados papables o no ( no hay que olvidar el dicho romano de que “ el que entra como Papa, sale cardenal”, aunque no necesariamente es así); pero sin duda será un hombre de Dios y llevará el timón de la barca de Pedro guiado por Aquel.
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