Por el secreto del cónclave no ha trascendido el número de votos a favor del cardenal Jorge Mario Bergoglio que determinaron su elección como sucesor de Pedro; pero al precisarse dos tercios de los votos, resulta que le votaron la gran mayoría de los cardenales electores, y muy posiblemente en número superior al requerido. Es lo que en términos de la cosa política, que no es el caso, se diría una más que holgada mayoría absoluta.
Los cardenales electores, pensando en el bien de la Iglesia, se decidieron por el Papa que hacía falta en estos momentos. En cada época dirigió el rebaño el pastor oportuno y en los últimos tiempos, sin necesidad de recurrir a la historia, se ha visualizado lo excelsos que fueron; cada uno con su personalidad y dotes, pero guiando la barca de Pedro pese a los vendavales que nunca faltan.
Tal abrumador respaldo al elegido, indica la voluntad de los cardenales de darle un renovado rumbo a la Iglesia, sin renunciar a la esencia del mensaje evangélico y al testimonio del Cristo resucitado. Ahora toca continuar con la tarea evangélica y purificadora iniciada por sus inmediatos predecesores en la silla de Pedro. El Papa Francisco marcará las directrices, ya se le ven los primeros gestos novedosos y ejemplarizantes.
No han faltado quienes han tratado de emborronar, falazmente, su nítida trayectoria eclesial en Argentina; como siempre habrán- ya los hay- aquellos que, con tal de arrimar el ascua a la particular sardina, intenten instrumentalizar la figura e iniciales guiños de Francisco. Y es que la Iglesia Católica a nadie deja indiferente.
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