La sentencia de Estrasburgo, sobre la irretroactividad de la "Doctrina Parot", dolió; pero su aplicación y el modo de cómo se está ejecutando aquélla, provoca legítima indignación. Los terroristas asesinos no son liberados a cuenta gotas, sino a borbotones; en apresurada carrera, en la que de rondón cuelan a otros peligrosísimos delincuentes. Se sufre, desde la impotencia y la rabia contenida, el chorreón hediondo que se mofa de las víctimas y demás personas de bien que pueblan España.
Dicen que es de justicia, pasándose la pelota unos a otros; pero sobre la conciencia de algunos pesará el haber contribuido, clara o farisaicamente y de una u otra forma, a la perpetración de la ignominia que aún no ha acabado. La consigna parece ser la de "En Navidad, en casa", para que los miserables, que tantas vidas inocentes segaron, celebren, no el Nacimiento, sino el carnaval de la muerte.
Unos desalmados ya están en casa y otros irán en breve; pero por la desolación que causaron, en muchos hogares españoles hace tiempo que en la Noche Buena no suenan las campanas de Belén ni las trompetas angelicales. Sólo se escuchan doloridos llantos por el recuerdo de los que ya no ocupan asiento en torno a la mesa.
En suma: los terroristas salen ganando; en contrapartida, tal vez como aguinaldo navideño, entreguen algunas armas oxidadas y los explosivos caducados. Y la puesta en libertad de violadores ha provocado la justificada alarma: ¿cuál será su próxima presa?.
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