No es lo mismo vacacionar en Semana Santa que
vivirla. Irse de vacaciones es un cambio de aires para descansar y emplear el
tiempo en aquellas actividades, gustos y ocios preferidos. Vivirla para el
cristiano es la celebración de los misterios centrales de nuestra fe, de nuestra
salvación: la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, Dios y hombre,
nuestro Salvador.
El recuerdo de la Pasión y los sufrimientos
sufridos por el Nazareno conmueven y estremecen. Él, conocedor de lo que iba a
sucederle, se retiró al huerto de Getsemaní para orar, llegando a sudar sangre y
suplicar: “ Padre, aparta de mi este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la
tuya “, aceptando el sacrificio supremo para cargar con las culpas de la
humanidad y redimirla de los pecados. Respecto a los que le condenaron, le
sometieron a suplicio y crucificaron, dijo antes de expirar: “ Padre, perdónalos
porque no saben lo que hacen “.
Durante la Semana Santa o de Pasión se conmemora
de un modo especial todo ello. Los creyentes debemos dolernos por el escarnio y
ensañamiento cruel con el Crucificado, pero interiorizando también que por Él
seremos salvados tras el paso terrenal.
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