Contrasta el empeño del Gobierno en expulsar a
los monjes benedictinos del Valle de los Caídos con la aparente escasa o nula
oposición de la jerarquía católica para que ello no se lleve a cabo.
Prescindiendo de los aspectos jurídico-legales, que pueden avalar o rechazar tal
pretensión, cabe preguntarse el porqué de la misma. La respuesta podría ser la
laicidad beligerante del Ejecutivo contra el hecho religioso cristiano y los
sentimientos derivados de éste, además de la asociación, a estas alturas, del
monasterio con el extinto franquismo, olvidando que los monjes han elevado
siempre sus plegarias, y continúan haciéndolo, en sufragio de los muertos de los
dos bandos de nuestra última guerra civil enterrados allí.
La persecución que sufrieron los cristianos en
Irak, por parte de los yihadistas, nos hace recordar la padecida por los
católicos, simplemente por el hecho de serlo, durante la contienda fraticida
antes citada. El Papa está abogando estos días en su viaje a aquel país por la
reconciliación y el perdón. En España se llevó a cabo durante la transición a la
democracia, siendo perverso que se reabran las heridas que ya estaban
cicatrizadas.
Sorprende agradablemente la fortaleza y Fe de los
pocos cristianos que quedan en Irak, país mayoritariamente musulmán, mientras
que causa tristeza la paulatina descristianización del nuestro. El propósito de
desalojar a los monjes del Valle de los Caídos se puede considerar como una
gotita más, aunque algunos la consideren irrelevante. Precisamos una nueva
evangelización.
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