El filósofo y escritor Gabriel Albiac escribió
ayer, en su habitual columna de ABC, un artículo que empezaba así : “ Al final,
me habré pasado el primer tercio de mi vida, el que viví bajo la dictadura,
añorando los partidos políticos; y los dos tercios siguientes, maldiciéndolos “.
En el mismo, titulado “ El golpe de Arrimadas “, muestra su decepción por la
corrupción y la ausencia de barreras morales en los partidos políticos, que “ no
es sólo, desde luego, un problema español”.
Albiac, pensador crítico, reflexivo y de vasta
cultura, que manifiesta no haber votado nunca, sostiene en el citado artículo
postulados que muchos podrían suscribir. Pero conviene bajar a ras de suelo y
reconocer que los partidos políticos son inherentes a toda sociedad que se
precie de ser democrática, aunque él mismo reconoce que “ La ofensiva que, ahora
y desde Murcia, ha abierto Ciudadanos es sólo un ejemplo de esa lógica basada en
la completa ausencia de barreras morales: con Madrid como botÍn “.
Lo que hace falta es desterrar el maquiavelismo
de nuestra política, exigir la ejemplaridad de los representantes públicos y la
reprobación política o penal, dependiendo de cada caso, de quienes hacen de ella
su coto privado de caza y actúan como furtivos. La crítica generalizada, sin
motivos justificados, no es buena consejera y merma la confianza en las
Instituciones. Los partidos políticos deben ajustarse a un funcionamiento
democrático, guiarse por el servicio al ciudadano y procurar su bien, no para
medrar ni hacer un uso torticero de los mismos. Pero para dedicarse a la
política no se hace un examen previo de probidad moral, aunque políticos
honestos los hay. Lo decisivo es examinar sin pasión las diferencias entre
partidos antes de votar. Pese a sus imperfecciones, no todos son iguales.
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