La foresta arde con ferocidad
destructora;
las llamas queman y arrasan, a velocidad
pavorosa,
todo lo que encuentran a su paso:
bosques, frutales, campos de labranza y animales
calcinados.
El fuego infernal se aproxima a pueblos y
urbanizaciones circundantes,
hay que desalojar, por precaución, a miles de
personas,
huyendo con lo puesto encima, más lo
indispensable
para la urgencia del momento si se lo concede el
escaso tiempo.
Se van sin saber lo que durará su
ausencia,
condicionada al riesgo para su vida y
morada,
y el panorama que encontrarán su
regreso.
Ímprobos esfuerzos desplegados por los equipos de
extinción,
tratando de controlar los incendios, no verse
rodeados
ni atrapados por los mismos en trampa mortal.
Los cambios del viento, los calores abrasadores,
las alturas, los desniveles del terreno y la
falta de lluvia
hacen más titánica y heroica su
lucha.
Son tan numerosos los incendios, que ni por
tierra ni aire
pueden estar, con la premura deseada, en todos a
la vez.
Las hectáreas afectadas en nuestro
país
son el cuarenta por ciento de
Europa.
No debemos estar orgullosos por ser los campeones
de esta “ copa “.
Los gobernantes, asesorados por los que saben las
causas y remedios,
deben hacer autocrítica, adoptar las medidas
preventivas pertinentes,
conocidas desde siempre por la gente del campo,
pastores y ganaderos.
Que en el año próximo y venideros no se ensañen
sobre España
los incendios y sus furias
infernales.
Estamos a 15 de Agosto. La foresta ardiendo sigue
disparada.
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