Apartarse del calor divino,
de forma esporádica o continua,
deja el alma del creyente fría,
desolada y arrepentida;
quedándole la Esperanza
de que las brasas del Amor
siguen siempre encendidas,
para aliviar el helado temblor
del que en la intemperie quedó.
Si se vuelve al
reconfortante Fuego,
se recupera la espiritual fortaleza,
para hacer frente a las humanas
flaquezas.
¡Benditas sean las ardientes Llamas,
que inflaman los corazones,
alimentándolos con celestes riquezas!
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