El común es mero observador
de la geoestrategia mundial.
Sólo la conocen quienes la diseñan,
llevando a cabo sus pretensiones
expansivas y egoístas, sin reparar
en los medios a emplear.
Los analistas de turno, que crecen
como las setas, opinan y especulan
cual ventrílocuos de oficio,
ampliando el desconcierto entre la
gente,
que no sabe con qué carta quedarse.
En los casos de conflictos bélicos,
los primeros que “ pagan el pato “
son los combatientes, ya luchen
por patriotismo, defendiendo sus
ideales y tierra, o a regañadientes.
Para muchos el final es el mismo: la
muerte.
Los dirigentes de tales cotarros se
enfrentan
como enemigos o se conciertan como amigos,
pese a los mutuos recelos.
Es lo que pasa con Trump y Putin, para
ver
quien se queda con la parte mayor y más
apetecible del “ Mapamundi “.
China, aparentemente, se muestra
prudente,
y, a la chita callando, aumenta su comercial
imperio.
La invadida Ucrania es moneda de
cambio
entre Rusia y USA. El esforzado
Zelenski
no cuenta, claramente y ahora, con su americano
protector.
En la UE se debate sobre el rearme,
para defenderse por sí sola del
peligro
ruso. Dormida en los laureles, está al albur
de los deseos de Trump, cansado de
ser
el principal paganini de la OTAN.
En aquélla, por su pasividad y ceguera,
ha cuajado el
asentamiento apabullante
del Islam fundamentalista y radical
que,
de no erradicarse, en unos años la
denominará;
produciéndose, a la inversa, la
integración
cívica y cultural. El saludo será “ Salam malecum
“.
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