El revuelo originado por el fallo del T.C. sobre el Estatuto de Cataluña que, en principio y a falta de conocerlo íntegramente, muchas incógnitas suscita, incluida la supervivencia de España como única nación común e indivisible, aconseja guardar, de momento, prudente silencio. Tiempo habrá para, si procede como tal parece, comentar traiciones, victimismos, intereses partidistas, dobles lenguajes, agravios e hipocresías, aunque fuera “ clamar en el desierto” por aquello de “ muerto el burro la cebada al rabo”.
Vamos a dedicar unas líneas, aunque sea por temporal distanciamiento sobre lo antes apuntado, referente al sueldo de los políticos que ocupan cargos públicos en el poder o en la oposición. Voces se alzan denunciando lo menguado de algunos salarios, lo generoso de otros, agravios comparativos entre puestos de diferentes administraciones,…Efectivamente no parece de recibo que un Presidente del Gobierno de España gane menos que algunos de Comunidades Autónomas y ciertos Alcaldes; las desproporciones entre los últimos y así podríamos seguir; todo ello en base a singulares autonomías presupuestarias. Cuestión al margen es ese cajón de sastre en el que caben dietas, gastos de representación, desplazamientos, duplicidad o más de sueldos, privilegios varios…,que merecerían ciertos replanteamientos
En orden o relación de lo que se expone se ha oído en numerosas ocasiones, cuando se ha abordado el tema de la corrupción política que, entre las diversas fórmulas para prevenirla (desterrarla en su totalidad es misión imposible por la condición humana), una es la de incrementar el sueldo de los dedicados a la gestión pública, que sea acorde a su mayor o menor responsabilidad; en todo caso un salario lo suficientemente sustancioso para no sucumbir ante tales tentaciones. No se va a ir en contra de la buena y digna remuneración y posibles reajustes, pero si mostrar disconformidad con la motivación.
La honradez se tiene “ per se”, se cimenta en sólidos principios que, inculcados desde la infancia, van arraigando y conformando el “ ser” de cada cual. Como un antídoto moral o ético, refuerza las defensas ante las múltiples oportunidades de ilícito lucro que en la vida salen al camino o esperan al sinvergüenza de turno que va en su busca. Presumir lo contrario equivaldría a la negación de tantísima gente que se comporta honradamente con independencia del estatus económico o social; sería una falacia respecto a quienes sin trabajo, con salarios de subsistencia o para “ir pasando” no intentan, por convicción y asumida honradez, superar sus menguados ingresos con la consecución de otros provenientes de delito o malas prácticas.
El dinero es para el corrupto como los dulces para el compulsivo goloso: cuanto más se tiene o se come más se desea.
Acertado y deseable sería el hacer una selección o filtro previo de los aspirantes a la cosa pública y corregir las circunstancias externas que favorecen la corrupción, de modo que la ejemplar recta conducta fuera el denominador común; si encima fueran eficientes, “ miel sobre hojuelas”. ( ¡ Qué paradisiacos sueños se manifiestan en la ya estival siesta!)
Hay otra corrupción, si acaso más generalizada, la moral; suele darse por omisión; pero a los fines de estas reflexiones podría considerarse “harina de otro costal”, aunque a menudo van parejas.