Cuando hace unos días saltó por todas partes la noticia del fallecimiento de una cantante de veintisiete años, llamada Amy Winehouse, la posible causa del óbito y la conmoción generalizada entre sus numerosísimos jóvenes admiradores, sentimos curiosidad sobre el personaje cuyo nombre y fama nos eran desconocidos.
Buscamos en internet encontrando abundante información sobre su popularidad, fracaso sentimental, adición al alcohol y drogas posiblemente por su frágil personalidad que le llevó a la permanente insatisfacción, pese al rápido ascenso musical que corría parejo en su descontrolada carrera hacia el precipicio mortal.
Vimos un vídeo de una actuación suya en directo frente a una masa de gente histéricamente enfervorizada. Allí estaba ella, ebria o drogada, o ambas cosas a la vez, a duras penas podía mantenerse en pie, controlar el equilibrio y cantar. Algún músico acompañante la animaba a actuar y nadie se brindó para hacerle abandonar el escenario y suspender el triste espectáculo. Nos dio pena ver aquel guiñapo de chiquilla que más bien parecía un muñeco de trapo deshilachado . No quisimos ver más, apagamos el ordenador con una mezcla de amargura, lástima e interrogantes abiertos.
No vamos a juzgar a esa pobre joven, una víctima más de, digamos, este desquiciado mundo que en tantas cosas ha perdido el norte. No es la primera, ni será la última, que desde la popularidad y la fama ha caído en la soledad de la nada prematuramente.
Tampoco podemos acusar a nadie en concreto ni tenemos fundamento para ello, lo cual no nos impide el preguntarnos qué clase de trasfondos e intereses hay entre bambalinas. ¿Es que, acaso, en ese mundillo no hay lugar para la piedad ? ¿Es que todo vale ? Tal vez haya respuesta fácil que desconocemos ¿ destino, fatalidad?; aún admitiéndola, nos barruntamos que algunos están más por dar empujoncitos que en ofrecer abierta mano.
Acabamos de leer en una revista semanal : “Los admiradores de la cantante han montado un altar en las puertas de su casa, dónde murió el pasado sábado. Allí han dejado cigarrillos,porros, mecheros,” Nuevamente pena,ahora por los admiradores, por esa generación perdida(excusen la hipérbole) nacida en la sociedad del bienestar que de un desvencijado muñeco de trapo han hecho un ídolo. Algo de culpa tendremos que tener los adultos. Que Dios le haya dado a Amy la felicidad que no encontró en la tierra.
Ha sido una chica que pudiéndolo tener todo, por ella misma o por sus circunstancias ha elegido el camimo menos adecuado(y no sé hasta que punto fue libre en su elección, ya que cualquier adicción te priva de libertad)
ResponderEliminarSeguramente, muchos falsos aduladores la ayudaron en el mal camino. En este caso, creo que se olvidaron que por encima del ídolo (y de todos los interes económicos que movía) debía estar su persona y su salud.
El entorno está claro que no era el más adecuado, hasta un alma fuerte se puede corromper entre tanto canto de sirena, cantos que te aplauden cuando caes en la tentación.
Ahora, esta gente que la animaban en vez de tenderle la mano y ayudarla a superar sus adicciones, bien pueden llorar su pérdida, porque ahora han perdido a las dos, a la gran cantante, y a esa persona joven, a simplemente Amy que ya nunca volverán.