Un buen rato ante el ordenador y por la falta de ideas que plasmar tecleando, la vista se dirige hacia la bahía que en semicírculo arranca a pocos metros abajo sobre el que se levanta un moderno hotel. El mirador de su cafetería es lugar privilegiado para contemplar los azules verdosos de un apacible Mediterráneo.
Son las 8 de la tarde y aún quedan bañistas gozando de los leves balanceos del agua marina en la que se abandonan.
Al fondo una sierra y sobre uno de sus montículos se levanta una gran Cruz que, al anochecer, queda encendida de modo que sea visible desde todo el entorno. Durante el día, especialmente a primeras horas de la mañana y al atardecer, es habitual ver caminando por el empinado firme asfaltado a veraneantes que, año tras año, le hacen la visita obligada conjugando ejercicio físico y devoción.
En lo alto, a los pies de la Cruz, miras hacia abajo; los más altos edificios parecen minúsculas cabañas, el solo silencio por compañía, atisbas la trascendencia verdadera y sientes pena por los ajetreos de abajo, del mundo. Por un momento te viene el deseo de construir humilde morada de piedra o madera y quedarte allí. La realidad se impone a la ensoñación;elevas una oración con los ojos fijos en la Cruz e inicias el descenso, con la satisfacción de haber acudido, una vez más, a la cita.
Nuestras costas están plagadas de estampas como la descrita; lo de menos es el enclave, lo importante es el simbolismo de la Cruz que se prodiga por doquier en España como testigo de nuestras raíces cristianas.
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ResponderEliminarGRACIAS DE ANTEMANO.