Cierto es que Europa y, dentro de ella, España se está descristianizando. No hace falta calentarnos los cascos ni echar mano de estadísticas para constatarlo, ya que lo evidente no precisa demostración. Ya vendrán mejores tiempos. Pruebas superiores se han superado a lo largo de la historia iniciada, hace dos mil años, por ese galileo “ pescador de hombres” llamado Jesús. No cabe la desesperanza. Todos los que intentaron desterrarlo del corazón humano, relegarlo al ostracismo, aún a costa de ser vocacionales verdugos, fracasaron. Es el asidero en la Fe lo que al creyente, hombre débil, le hace fuerte.
Ahora resulta que un ministro del Gobierno, apellidado Jáuregui y auto confeso católico, tiene la osadía de decir que el Papa, en su próxima visita, no se pronuncie sobre España, olvidando que como máximo líder espiritual(obviamos su condición de Jefe de Estado) la misión del Primado de la Iglesia es la de defender los derechos sagrados inherentes a toda persona y su dignidad, mantener el legado doctrinal, apacentar, orientar a su rebaño y mantenerlo unido.
El Papa y por ende la Iglesia, no impone, propone y se acomoda a los tiempos en lo que puede ser acomodable sin afectar a la esencia. Es más congruente apartarse de sus filas, “ darse de baja” como sugirió un demócrata ateo de izquierdas, antes que quien proclama ser católico practicante advierta lo que debe o no decir Benedicto XVI. A nadie se le obliga ser católico.
Hoy en día a todo el mundo se le llena la boca con las palabras democracia, respeto, tolerancia, convivencia pacífica,etc. y queda bonito; pero aquí tenemos, entre otros, a la indignada ruidosa marabunta queriendo deslucir la JMJ, con una especie de "botellón anticlerical" a base de recipientes con rellenos entremezclados de diversa procedencia.
Por otra parte, no se entiende bien que le siga el juego esa clase sindical, que aparentemente nada tiene que ver con aquella, y casualmente, por supuestos agravios laborales, planean huelga en el aeropuerto de Madrid y restricciones en el servicio de metro.
En fin, paciencia y mucha alegría, veremos una entusiasta juventud que es la esperanza del mañana. El júbilo alcanzará a los adultos que se sumen a los actos y a los que no pudiendo asistir los sigan por televisión. La JMJ nos dará bríos para salir del letargo.
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