" Padre, perdónales porque no saben lo que hacen", pone Lucas en boca de Cristo momento antes de expirar en la cruz. La petición de perdón para los verdugos y quienes decretaron su muerte, sobrecoge, lleva a reflexión y hace avergonzarnos a los que con tanta facilidad pontificamos y condenamos.¿ Ello implica guardar silencio ante la injusticia y el oprobio, especialmente cuando va dirigido al prójimo ? Bien cierto que no, pero hay que levantar la voz desde el amor y nunca desde el odio o rencor que a veces nos atenaza.
La soberbia nos lleva a no reconocer nuestras limitaciones, a creernos siempre en posesión de la verdad, a negar la parte de razón que puedan tener los otros, a creernos pequeños dioses. Es lícita y humana la duda, como lo es el intentar salir de ella a través de la razón, el cultivo de la Fe o con ambas; pero estériles serán los propósitos si no van precedidos por el Amor, la Caridad o, en términos puramente laicos, por la desinteresada solidaridad y entrega en pro de los demás, en especial los más necesitados.
Estas deshilachadas reflexiones surgen al anochecer de un Viernes de Santo, brotan de un corazón necesitado de pedir perdón, de un alma tantas veces descarriada y que en nada se siente pagada de si misma. No es falsa humildad, es el desnudo espiritual de un pobre hombre que, ante el Cristo en la Cruz, se pregunta ¿ cuántas veces has vuelto a ser crucificado por causa mía?. Él no me responde, yo he perdido la cuenta.
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