Ayer escribíamos sobre “La hora de los hombres de Estado”. Posteriormente en un telediario vimos al Presidente de la Nación, Mariano Rajoy, expresarse en una reunión de su partido televisada para toda España. Podemos equivocarnos, pero inspiraba credibilidad por las descarnadas cosas que dijo, el aplomo y la sensación transmitida de preocupada serenidad y convicción de que su Gobierno estaba haciendo lo que debía y los frutos se verían en el futuro. Transmitió que nos tocaba soportar duros sacrificios pero que, con el tiempo, se verían los frutos del esfuerzo común. Así lo entendimos, lo reflejamos y en ello confiamos, con el deseo que el tiempo estimado para la recuperación dure lo menos posible.
Viene lo anterior a cuento del pesimismo derrotista que nos invade. Acostumbrados, salvo excepciones, a un nivel de vida desenfadado creyendo que el maná era derecho adquirido y que el bienestar no admitía estancamientos ni retrocesos, vemos, de un tiempo a esta parte, que no todo es Jauja, que ha llegado la época de las vacas flacas; en fin, el famoso dicho de “sangre, sudor y lágrimas” para intentar llegar a ser lo que fuimos y vivir, más o menos, como en el periodo de las vacas gordas.
Que mientras tanto ocurrirá lo de siempre, “a río revuelto ganancia de pescadores”, lo debemos asumir. Este no es el mundo idílico que nos gustaría que fuera. No queda más que apechugar con lo que hay, no amilanarse y ser prestos para superarnos ante la dificultades. Es cosa fácil de decir y costosa de emprender; pero si caemos en el abatimiento, en la pasividad por reproches mutuos, seremos presa de la inmovilidad derrotista o del resignado conformismo.
Lo que está claro es la imposibilidad que el actual capitán sea igual o peor que el que le precedió. Que tenga energía para poner firmes a quienes tienen la obligación de recuperar y salvar España,mal que les pese a algunos, y en tal empeño nos debemos comprometer todos conforme a las posibilidades de cada cual.
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