miércoles, 11 de abril de 2012

LA HORA DE LOS HOMBRES DE ESTADO

 

Si importante es decir la verdad sobre la realidad española, como tantas veces anunció Rajoy y tan poco les gusta a los socialistas que se les hable sobre la herencia recibida , más lo es el poner los remedios para sacarnos del mal en que está sumida la Nación. Para lo primero no se requieren grandes dotes, tan solo unas dosis de honradez y competencia para hacer el diagnostico y tratamiento adecuados. A estas alturas todo el mundo está al corriente de la extrema gravedad del enfermo. De poco vale recordar, una y otra vez, la vida golfa que llevó el malversador de la salud social para que llegásemos al actual estado terminal, dada nuestra facilidad para el olvido.

Es precisamente en estos momentos de emergencia nacional, cuando hacen falta y se echan de menos los auténticos hombres de Estado, los expertos cirujanos que se atrevan a utilizar el bisturí certeramente, sin pérdida de tiempo en más reuniones del equipo médico. Cuando se está en un hospital de campaña, acosado por fuego enemigo y el del despiste amigo, no hay que ir con remilgos; so pena se nos quede el paciente muerto bajo el solo amparo de la tienda de campaña.

Y qué ocurre mientras tanto entre los familiares, expectantes de lo que pueda estar sucediendo en el interior del quirófano, sin más noticias y rumores que lo que se cuenta, o cazan al vuelo, entre pasillos. Pues eso, plenamente desconcertados. Con un  cirujano jefe que puede ser competente, pero que parece hamletiano y los, en ocasiones, informes contradictorios de sus subalternos, temen  lo irremediable y echan mano unos de su estampita predilecta, mientras otros se dirigen al funerario de guardia para, por si las moscas, ir preparando el sepelio.

Esta es la sensación generalizada de lo que ocurre a la postrada España. Ante ello sobran demasiados curanderos, politiquillos de usar y tirar, echadores del mal de ojo y faltan grandes hombres de Estado que no se arredren ante nada y nadie, hagan lo que tengan que hacer por salvar al paciente y si es preciso morir, en el intento, por una bala perdida. En el frenesí primaveral las pasiones brotan, los campos florecen; pero algunos francotiradores prefieren el disparo a discreción. Es la hora de los hombres y mujeres de Estado; escasean, pero los hay. Que entierren complejos, actúen con inteligente decisión y que el funerario de turno se vaya con la  macabra música a otra parte.

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