El 9 de Junio del pasado año, bajo el título "El ateísmo beligerante", dedicamos unas líneas sobre la manifestación atea que se celebró en Madrid el día 13 Mayo anterior. Este año igualmente querían protagonizar el insultante espectáculo el Jueves Santo, siendo desestimada la petición y aplazada a posterior día. Ya la han realizado y a la vista de las consignas vociferadas damos por reproducido lo que quedó expuesto en la indicada fecha del inicio.
No ha ocurrido cosa diferente que la esperada de la milicia combatiente contra la Iglesia Católica. Una vez más, el odio desenfrenado ha dado rienda suelta al miserable instinto luciferino. He aquí algunas de las barbaridades injuriosas cantadas, al amparo de la esgrimida libertad de expresión:
“Cura muerto, cura bueno.
Cura muerto, cura en paz.
La iglesia que ilumina es la que arde.
Arriba, arriba, arriba, todos a luchar… que se metan por el culo Conferencia Episcopal.
Rouco c… trabaja de peón.
Cuidado con la cartera, que viene Rouco.
Curas y militares, parásitos sociales.
Hay que quemar la Conferencia Episcopal por machista y patriarcal.
Hasta los ovarios de tantos Rosarios.
Que no nos representa ni Dios, ¡ni Dios!
La religión es como el pene: está bien tenerlo, pero no intentar metérselo a nadie por la fuerza.”
Ante tal ofensa a los sentimientos mayoritarios sería deseable que la Justicia actuase con diligencia, no se permitieran en el futuro actos callejeros como el referido, los órganos judiciales respaldasen las denegaciones y prohibiciones gubernativas al respecto y si, pese a ello, se efectuasen , la oportuna actuación policial no fuera cuestionada. Aunque nos da la impresión que es pedir peras al olmo; de la semilla borde esparcida por años han brotado árboles de agrio fruto y la pusilanimidad ha ido creciendo a la par.
Las libertades de expresión y manifestación tienen sus límites y para este y otros casos similares protagonizados por tal gentuza, no deberían utilizarse interpretaciones ni triquiñuelas jurídicas que conduzcan a la permisividad e impunidad. No se pueden invocar aquellas cuando se ofende groseramente sentimientos cristianos hondamente arraigados entre la mayoría de los españoles.
La repulsa es generalizada, incluso los ateos tolerantes no comparten tan escandaloso proceder. Un Estado aconfesional no puede ser desvirtuado ni utilizado, como patente de corso, para que unos cuantos den rienda suelta a la enfermiza obsesión que tienen contra el hecho católico y su Iglesia.
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