No es que a uno le encante tumbarse al sol en la playa, ni introducirse en el agua si con los pies no toca sobradamente el fondo; pero ya que la tienes ahí, a tiro de piedra, sería una descortesía no acercarse a saludarla y cumplir con el ritual disfrazado de veraneante bañista.
Llegas a la arena, descargas los bártulos, te sientas en la plegable y de repente una fuerte ola rompe en la orilla arrastrando y mojando las chanclas, toalla y bolsa. Levantas instintiva y estúpidamente los pies para que no los alcance el agua , cuando al introducirte en ella, aún para refrescarte, por fuerza te los mojarás. Recuperas lo que desplazó la ola y haces, imitando a los demás, una especie de parapeto en frontal y laterales con hileras de arena que levantas de modo que queden compactas y resistan nueva embestida.
Los de alrededor te miran y entrecruzan cómplices sonrisillas, piensas que es por el exagerado fortín que acabas de levantar en torno a ti; pero no es ese el motivo ya que ellos han hecho lo mismo. Es entonces cuando caes en la cuenta que eres el único varón que lleva un bañador como el que te pusiste, pese a que compraste un moderno modelo en el Corte Inglés.
Al no acordarte se quedó dentro de la maleta y en su lugar te colocaste un rescatado meyba sacado del baúl de los recuerdos, que te cubre de cintura hasta las rodillas y te acuerdas del ya desaparecido actor Paco Martínez Soria, sintiéndote protagonista de una de sus películas. Si se cambia ciudad por playa, podría titularse “ La playa no es para mi” por las peripecias propias y las que observas. Mañana luciremos el nuevo bañador, a ver si cede el burlón divertimento.
Y es que, encima, esta mañana había un respetable oleaje, auténtica delicia para los niños que, a pocos metros de la orilla, se dejaban transportar cual si estuvieran montados en un caballito sube y baja de feria, bajo la vigilancia de sus padres. Dos veces que uno osa meterse en el agua para refrescarse, recibe golpes de repetidas olas en la espalda que más bien parecían coces de caballo y se acaba deslomado.
El apuesto socorrista se esmeraba en la vigilancia para detectar posibles situaciones de peligro, no podía distraerse ni prestar atención a las insinuaciones de algunas bellas jóvenes que en él veían un apetecible ligue de verano. ¡ Chicas!, probad cuando la mar esté en calma.
Estos y otros sucedidos que se omiten por no alargar el texto, servirían de guión para divertida película de humor.
Se te ha olvidado añadir lo que supone una hazaña digna de las propias Olimpiadas, conseguir un hueco para poner la toalla o la silla. Con esa tercera edad tan madrugadora que tenemos en nuestras playas, que colocan su sombrilla cual bandera de su país en la luna a las 6 de la mañana, no hay quien coja sitio en primera línea a una hora razonable! Desde luego que no conseguíamos ni la medalla de bronce con tan altos competidores! Feliz verano!
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