Dicen que el exceso de información, desinforma y debe ser verdad. No se puede analizar y evaluar la abrumadora cantidad que se recibe y, si encima, difieren las fuentes y los expertos opinadores, la computadora cerebral encuentra obstáculos a la hora de discernir lo cierto de lo probable, la verdad de la mentira, la objetividad de la intoxicación. De ello resulta que las opiniones personales pueden estar doblemente viciadas: por el subjetivismo y la influencia externa.
El primero, puede modularse, resistiendo a las personales intransigencias y posicionamientos inflexibles de índoles distintas, adoptados como norma, y a los derivados por ciego seguimiento tribal . La influencia externa es más difícil de eludir; estamos sometidos a un constante" bombardeo " manipulador y de contradicciones, desde posiciones enfrentadas por intereses contrapuestos, que nos aboca a un trepidante mal vivir y dificulta el sosiego necesario para la reflexión.
Reflexión que permita el reencuentro con uno mismo y tratar de entender las razones de los otros. Tarea de introspección que requiere el aislarse y distanciarse de la vorágine que nos invade y desborda. No implica el desentenderse de los problemas que acucian a la sociedad, sino una pausa que ayude al perfeccionamiento personal, a discernir lo principal de lo accesorio, a potenciar lo que une sobre lo que divide, a diferenciar lo bueno de lo pernicioso.
Reconfortante meditación, de ella podría brotar algo de luz y, tal vez, transmitir ilusionada esperanza a esta desquiciada e injusta sociedad en la que vivimos. Se trata de " pensar sobre el pensamiento ", como alguien dijo, que nos llevaría a los interrogantes: ¿Pensamos lo que queremos?, ¿Queremos lo que pensamos?, ¿Nos gustan nuestros pensamientos?, ¿Qué pensamos realmente?, ¿Actuamos como pensamos?...
El pensamiento es libre, no hay que dejar que lo secuestren; pero pensemos juiciosamente, pensando sobre uno mismo y en los demás.
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