Las aguas marinas de Lampedusa han sido el escenario de una nueva tragedia. Centenares de africanos, sin otros papeles que su piel y ropas, han perecido frente a la costa. Ardió la embarcación que les debía aproximar a ella, se produjo el naufragio y las voces angustiosas de auxilio dejaron paulatinamente de oírse. " Es una vergüenza" sentenció el Papa Francisco al conocer lo sucedido, siendo reproducida la expresión en los medios a nivel mundial.
Dicen que en la italiana isla apenas queda espacio disponible para enterrar a los difuntos y cobijar a los sobrevivientes que, durante años, encuentran la muerte o se libran de ella en su intento de llegar a esa puerta europea huyendo de la más atroz miseria. Sí, es una vergüenza y mucho más que debería servir de aldabonazo para que no se repitiera.
Lampedusa y otras costas mediterráneas nos caen relativamente cerca, por lo que las sucesivas tragedias en busca de la " tierra prometida" que ocurren en el "Mare nostrum" parecen conmocionarnos más; pero la génesis del problema se produce en aquellos lugares donde se sufre a diario la indigencia, la esclavitud o la violencia que obligan al hombre a escapar, con la esperanza de encontrar en otras partes del mundo ese rasgo de humanidad que le reconozca como persona y como tal sea considerado y tratado, pudiéndose ganar el sustento diario.
Las causas hay que indagarlas en sus orígenes, analizando el porqué, en las que se dan esparcidas responsabilidades compartidas. Las soluciones corresponden a gobiernos y organismos internacionales. Las loables iniciativas personales y de colectivos solidarios, sean de carácter laico o religioso, ayudan a mitigar el mal aun a costa de grave riesgo; pero no pueden, por sí solas, erradicar el causado por el egoísmo y el afán depredador que mueven muchos intereses del mundo.
Con todo, con el devenir de los tiempos, se ha ido avanzando en los derechos humanos. Pese a aparentes indiferencias, contradicciones y constatadas injusticias, cada vez son más las voces que claman en favor de los afligidos por la calamidad, la desgracia y el infortunio en cualquiera de sus clases, y es de desear que, al oírlas, se ablanden muchos de los de corazón duro o despiadado.
Hoy seguimos llorando por la última tragedia frente a Lampedusa. Que en el futuro, las lágrimas de dolor mengüen y cedan paso a las que broten de gozo al ver que aquellas no cayeron en terreno baldío. Sería inequívoca señal que andamos por el buen camino, tras ese ansiado mundo más justo y mejor.
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