¿Dónde acaba lo político y empieza lo judicial? Una sombra de sospecha se extiende acerca de que actúan como vasos comunicantes, cuando se ventilan asuntos enjundiosos de relevante notoriedad y trascendencia; lo que crea recelos sobre el recto proceder que cabría esperar en ambos campos.
Cuando se conciertan para fines detestables, se invaden terrenos ajenos: la Justicia deja de serlo y la acción política se convierte en veleta, socavándose los cimientos del Estado de Derecho que se proclaman con solemnidad y no poco cinismo; y el cuerpo social asiste atónito a lo que no acaba de digerir ni comprender por no entrar en sus entendederas, guiándose por el instinto y, con frecuencia, dividido pues, al fin y al cabo, cada cual arrima el ascua a su sardina.
Y es que, al final, es difícil sustraerse a posiciones ideológicas e intereses personales o de grupo. El mantenimiento de las propias convicciones, sin dogmatismos ni más miras que el bien común, suele acarrear reproches y la condena al ostracismo por parte de quienes tienen ligera la conciencia.
Están los que, pese a los obstáculos, no sucumben al desaliento; también los que, impotentes, arrojan la toalla. Todos toman nota, incluso los que dicen que pasan.
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