Recuerda españolito
que el bienestar se acabó.
Malandrines y fuleros
han derrochado,
tirando por los suelos
lo que con esfuerzo
se consiguió y levantó.
Los bellacos encumbrados
hablan sin decir verdad;
tienen el futuro asegurado,
han hecho del país un erial,
a mal sino aventurado.
Las arcas están vacías,
el desempleo sin freno galopa,
se bajan las persianas de
establecimientos,
abunda el se alquila o se vende.
La producción y los servicios
languidecen de más a más;
los ahorradores privados y
los jubilados pensionistas
gimen el lastimero ¡ ay !
Son cuantiosos los males que nos
afligen,
además de los pandémicos rebrotes.
La desazón reina en el personal sanitario,
defraudado con los imprudentes
expuestos a contagiar y ser
contagiados,
desdeñando los extenuantes sacrificios
hospitalarios
que, impotentes, vieron morir a múltiples
enfermos
e infectándose y muriendo muchos de ellos
mismos:
¡ héroes esforzados !
La vacuna no acaba de llegar,
surgiendo las dudas de si cuando esté
lista
habrá para todos.
¿ Quién será el fiador que la
facilite
y que su coste avale ?
La fatalidad nos envuelve,
el panorama sombrío
se tiñe de negro;
cunde la justificada inquietud.
A la preocupación de los mayores
se añade: “ ¿ Qué será de la juventud ?
“
Los abuelos supieron remar
contracorriente;
¿ pondrán el mismo empeño sus descendientes
o se dejarán llevar aguas abajo,
donde las cataratas engullen ?
Malandrines, fuleros y encumbrados
son también mortales,
algún día podrían sufrir estos
males,
aunque ahora se disfracen
de coloridos ropajes
ocultando el mal uso de sus egoístas
artes.
Ante tan pesimistas augurios y
realidades,
no cabe perder la esperanza.
Las guerras se ganan tras sucesivas
batallas;
unas triunfantes, otras perdidas.
Importa el final
cuando se envainan las espadas,
callan los fusiles y se entierran las
hachas.
Sí, ya se sabe, muchos con bastante
razón
exclamarán : “ ¡ Para cuán largo me lo fiáis !
“
Antológico
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