sábado, 29 de agosto de 2020

LA SOLEDAD

  

 
 
 
 
Hay mucha gente de edad avanzada que vive en soledad. Si ésta es voluntaria se goza con ella, y si se tiene una salud física y mental aceptables puede resultar hasta buena. No dependes de nadie, te entretienes según tus gustos, sales cuando te apetece, te reúnes con quien te place, recibes a tus seres queridos, procurando siempre no molestar ni ser molestado. Pero hay que llevarla con cierto orden, sin riesgo de caer en la misantropía, ni abandonarse en el descuido personal y doméstico. Hay personas que, por motivos diferentes, optan por esta clase de soledad cuando pueden permitírsela.
 
Pero la más abundante y a la vez más triste es la soledad obligada por circunstancias distintas a la anterior, viviéndola de forma no deseada. Es la que se sufre en la ancianidad y en edades avanzadas por causas imprevistas o sobrevenidas, con quebrantos de salud y sin familiares que no puedan o no quieran atenderte, o simplemente que no se tienen. Si a ello se suma la precariedad económica, que impide sufragar la asistencia de una persona cuidadora, la soledad y el aislamiento son demoledores si se está en aptitud de ser consciente de ello. Afortunadamente se da mucha solidaridad y compromiso familiar para remediar o paliar estas desdichas, además de la asistencia social de las Instituciones, que no alcanza siempre a todos y en algunas ocasiones llega tarde o se presta deficitariamente. Son encomiables las labores benéficas que realizan las Hermanitas de los Ancianos Desamparados y otras congregaciones religiosas.
 
En cualquier caso, los que padecen la soledad obligada, siempre agradecen los gestos de cariño, aun en el caso de no poderlo expresar. Dirijámosles la sonrisa afectuosa. La misma que algún día querremos que nos dispensen.
 

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