No es un acto de ciudadana
ejemplaridad
mantenerse callado y sumiso
ante el contumaz oprobio y desdén
de la bota gubernamental.
Lo que sucede, como en el apagón
general,
es que imperan la impotencia y la
incredulidad.
El común, atrapado por la sorpresa y
la
falta de explicaciones, quedó paralizado
y
sin saber cómo reaccionar.
Tal pasividad se arrastra desde la
pandemia,
excusa para esclavizar a la gente
que,
atemorizada e indefensa, no se
atreve
a levantar la voz ni a plantar cara
a los prepotentes y responsables,
cualesquiera
que sea su participación, de los reiterados
y pavorosos aconteceres que atenazan la
Nación.
Toda paciencia tiene un límite.
Enfrentémonos legalmente a la dura y oprobiosa
realidad.
Detengamos el avance de la porquería y la
desfachatez
que nos invaden, antes que nos
aplasten.
Librémonos de las cadenas de la sibilina
esclavitud.
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