El brazo del Fiscal General de Estado es
alargado,
mete la mano en lo que incomoda a su
amo.
Pero como “ cazador cazado “,
en su propio cepo se ha visto
atrapado.
Investigado, ha salido trasquilado.
Se resiste a dimitir, antes ser
enjuiciado.
Si le condenan recurrirá al
Constitucional,
así parece estar planeado, para
lavarle
la chamuscada cara.
Que no se declare de antemano
vencedor;
pueden surgir sorpresas. De momento,
se sentará en el “ banquillo “ de los
presuntos.
Más le valdría por su bien y el prestigio
de la Fiscalía, abandonar su
cabezonería,
dimitir y no poner en un aprieto al
subordinado
que le tenga que acusar.
No vale la pena mantener el cargo,
para ser el pararrayos de un falsario
valedor.
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