El invierno demográfico autóctono
llegó, se ha asentado y sigue
aumentando.
Se explica de diversas maneras, y
por
motivos diferentes, la merma de
nacimientos, sea en base a hechos
reales,
tendencias imperantes, prioridades y
el añadido escalofriante del negocio
abortista.
El hueco producido en la natalidad
es reemplazado y sobrepasado por los prolíficos
de determinado origen cultural ajeno y
extraño
que, en ocasiones, han venido cargados de
hijos,
y en nuestras tierras seguirán
fecundando,
cultivando la semilla, hasta ser la población
dominante, que
nos gobierne e imponga la “ sharía ”.
Ocurre lo propio en muchos países
europeos que, obviando sus
auténticas
raíces y necesidades, dan carta
blanca
a la inmigración ilegal,
produciéndose
avalanchas que no se van a
integrar.
Esto viene sucediendo desde hace
años,
especialmente con las posteriores
generaciones.
Lo hemos visto en Francia y otras naciones
europeas. Aquí, el problema empieza a
repuntar
de forma preocupante, por no aprender
del
pasado ni escarmentar en cabeza
ajena.
Que entren legalmente los que
procedan,
para suplir vacíos laborales y
tolerándonos
unos a otros. Pero que no nos hagan “
tragar
con ruedas de molino “, ni califiquen de
xenófobos
a los que, cívicamente, defienden lo suyo
y lo del vecino.
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