lunes, 3 de junio de 2013

EL RECINTO FERIAL.

 

Han aumentado los que no llegan a final de mes, a duras penas tienen para quince días, y los que, el día uno, siguen a cero en la calamidad continuada que se sucede mes tras otro, siendo su única tabla de salvación para subsistir: organizaciones benéfico-humanitarias-, principalmente Caritas, o familiares próximos en condiciones de echarles una mano. Y el alarmante paro, sigue.

Sorprendente y afortunadamente no hay estallidos sociales, salvo los amagos inducidos por los que pretenden pescar en ríos revueltos; pero podrían llegar. Si ello sucediera, quienes han movido los hilos que nos han conducido a la ruina, se saldrían, como siempre, de rositas. No son todos los socialmente anatemizados y, por contra, sí lo son quienes actúan desde las sombras misteriosas que rigen los destinos - personas y perversos tinglados de intereses compartidos- que resultan inmunes e impunes a los efectos devastadores de cualquier huracán.

Y es que solemos disparar, como en las casetas de las ferias, al blanco que nos señalan o ponen a la vista, aunque muchos se han ganado a pulso el estar en la diana, y en eso se centra la atención del tirador, sin reparar en quienes han montado el recinto ferial: amalgama de ruidos, sirenas, luces, colores, tiovivo, noria, montaña-rusa, martillo, tren de la bruja, tómbola, casa del terror,...Todo vale para distraer al visitante con el fugaz y lejano espejismo de la ilusión.

Se maneja al personal cual polichinelas, como actores obligados de farsa y pantomima para encubrir lo que se mueve entre bambalinas, y la gente, confundida y desorientada, puede errar en el tiro. Son demasiados lo que no tienen ni para una manzana acaramelada ni para algodón de azúcar

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