martes, 18 de mayo de 2010

Contigo, PAPA BENEDICTO

Vaya por delante la condena hacía los sacerdotes y religiosos que hayan cometido infames actos de pederastia. Que la Ley de los hombres sea severa con ellos y se acojan a la misericordia divina. Tal vez la jerarquía eclesiástica, en un exceso de celo por actuar con prudencia y evitar la propagación del escándalo, no haya reaccionado con la celeridad deseada y exigible. El mal está hecho y justa debe ser la reparación a quienes lo sufrieron; pero no faltan los habituales voceros, y no me refiero en modo alguno a las víctimas, que actuando más por ODIO hacia la Iglesia Católica que por el repudio de miserables actos, amplifican el eco para mancillar incluso al propio Papa, cuando públicamente se ha manifestado, en reiteradas ocasiones, pidiendo en nombre de la Iglesia perdón a todas las víctimas, exigiendo la denuncia y aplicación de la Ley penal civil con independencia de las previsiones canónicas.

Cierto es que quienes sufrieron tales tropelías fueron las principales víctimas y las secuelas serán difíciles de borrar; mas el Cuerpo de la Iglesia en su totalidad, también ha resultado victimizado y siente el dolor por el daño causado como el que una madre biológica sufre si un hijo comete una violación u otro grave crimen.


Benedicto XVI, en su reciente peregrinación a Fátima, desveló una interpretación complementaria a la tercera profecía: el mal procedente del interior de la propia Iglesia, provocado por algunos de sus miembros, la pondría en grave peligro. Alentó a la renovación interior, la identificación de los sacerdotes, consagrados y laicos con Cristo, de tal modo que su sacrificado ejemplo contribuyera a la evangelización y a la solidez de sus cimientos hasta la perduración de los siglos.


¿Cabe mayor “autocrítica” , denuncia y compromiso? Los años pesan sobre el cuerpo del Papa, pero no afectan a su valentía y autoridad moral, lucidez intelectual y el mensaje pletórico de Fe, Caridad y Esperanza.

4 comentarios:

  1. Pese a lo que muchos piensan, en la Iglesia no existen más pederastas que en cualquier otro colectivo social (probablemente incluso menos). Y esas pobres víctimas, ya crecidas, que últimamente andan exhibiéndose en los medios, dedo acusador en alto, están siendo doblemente victimizados. La última por aquellos que están utilizando su desgraciada experiencia como medio obsesívamente propagandístico contra la Iglesia.
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    Por cierto perdona que te incluya acto seguido un comentario a tu post sobre Pepiño Blanco y sus también obsesiones. No he podido incluirlo en su lugar porque el sistema ya no me lo permite. Un abrazo.

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  2. (a propósito del post sobre Pepiño y los Falangistas)
    Me admira la precisión y solidez de los argumentos que empleas en tu artículo sobre el que estoy de acuerdo en su mayor parte. Pero no debes olvidar que estás valorando la actitud de la persona aludida en términos de “normalidad” de un discurso político sereno, y creo que no es el caso. Quiero pensar que este personaje “siente” sinceramente lo que dice. En otro caso estaríamos hablando de un torpe y simple manipulador. Si es así, si nuestro hombre “siente” lo que dice, su discurso no es mas que la manifestación de un problema de salud. Te invito a que leas mi último articulo en http://polipathos.blogspot.com/2010/05/trastorno-postraumatico.html , donde explico mejor mi comentario. Un abrazo.

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  3. Respecto a lo primero, me da la impresión que lo que más se ha criticado no ha sido que existan ovejas negras dentro de la Iglesia sino que haya sido un problema escondido y tapado durante muchos años y que ahora se hayan visto obligados desde fuera a admitirlo y condenarlo públicamente.

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  4. Evidentemente todo delito tiende por natural instinto a su ocultación por la parte autora, tanto a nivel individual como del colectivo al que involucra. Aún más aquellos que cargan con un mayor reproche social. Esta actitud sigue sin establecer diferencias en la valoración que merece la Iglesia respecto de cualquier otra agrupación social que haría exactamente lo mismo. Incluso añadiría que moralmente no existe ninguna otra que disponga de mayores alternativas a la denuncia civil como pueden ser, entre otras, la institución del “perdón” asociada al arrepentimiento puntual y la de la “Justicia Divina” que transciende a la de los hombres. Que no sirva esto para justificar nada más allá del agravio comparativo con que la Iglesia está sufriendo el maltrato y la discriminación mediática. Volviendo al principio: La capacidad de “denunciar” el hecho corresponde a la víctima o a sus representantes, condición “sine quanon” de perseguibilidad en la práctica totalidad de las legislaciones del mundo. Y ello es así porque no puede aceptarse la intervención de terceros en cualquier valoración interesada de un daño tan íntimo y personal, no tanto siempre procedente del propio suceso como a veces de su tratamiento institucional. El bien lesionado no es de tipo social, sino individual; y cada individuo es distinto y dueño de decidir su particular reparación personal. Hasta tal punto se acepta esta doctrina que incluso el propio fiscal de menores como representante subsidiario de la falta de capacidad legal de la víctima puede, ponderando el interés del menor y atendiendo precisamente al perjuicio añadido de ese tratamiento institucional al que antes me refería, renunciar a perseguir el hecho y desistir por tanto del castigo a su autor. Podría tolerarse la actitud de quienes empujan a las victimas a su exposición mediática si estuvieran pensando precisamente en el interés del menor, pero todos sabemos que su interés no reside en la víctima. Aún me atrevo a decir que ese interés espúreo ni siquiera considera el castigo del autor concreto, sino que lo único que persigue es el efecto rebote de desprestigiar y hundir definitivamente a la Iglesia. Perdón por la extensión.-

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