Con los bueyes que tenemos, hay que
arar.
Arrastrarlos con fuerza; no quieren
andar.
Son de mala casta; sólo saben
cabecear.
Al grito de “arre “, se paralizan sus
patas.
Sin pinchar y remover la tierra,
no puede el labrador esparcir
las semillas del buen fruto.
Inútil esfuerzo con el campo
seco, baldío y
falto de riego.
Lo que de sus profundidades
pueda salir, son cactus y chumberas,
cuyas espinas hieren,
cual mordedura de serpiente.
Hay que mandar estos bueyes
a pastar; sustituyéndolos por
equinos o híbridos esforzados,
para airear la tierra, que escampen
la podredumbre y, con tranquilidad,
podamos deglutir comida sana y respirar.
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