Las cartas, con o sin destino,
estampan las reflexiones,
salidas de uno mismo.
Activan las neuronas mentales,
dejando al descubierto
los afectos, rechazos, inclinaciones
y demás rastros personales.
Una vez escritas, las palabras
vuelan, cogen incierto rumbo, sin
saber dónde y cómo aterrizarán,
si serán ignoradas o devueltas al
remitente.
¿ Qué más da? Con lo escrito,
el interior se ha desnudado ya,
a no ser que haya sido camuflado.
Vano intento es disfrazar las
pulsiones
que el corazón ha dictado.
No impidamos volar a la paloma de la
paz,
estandarte de la ansiada libertad.
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