Las primeras noticias publicadas en los días siguientes a la sustracción del Códice Calixtino, conservado en la Catedral de Santiago, nos llevó a guardar un prudente silencio. Los detalles que se iban filtrando sobre la facilidad con que pudo cometerse, las incógnitas en torno a posibles copias de llaves, ausencia de fuerza, ciertos mutismos y contradicciones, influyeron para que no aventurásemos hipótesis y pusiéramos en cuarentena, para nuestros adentros, las opiniones vertidas sobre bandas organizadas dedicadas al robo de obras de arte y antigüedades de valor por cuenta propia o por encargo.
Esto era lo más fácil de pensar, pero algo no encajaba y llegamos a sospechar que tras el asunto podría haber algo de andar por casa con, tal vez, aprovechamiento de la confianza depositada en terceros, posibles trasfondos personales o de gestión que no nos parecía adecuado apuntar, máxime al tratarse de una simple intuición en base a informaciones leídas.
Así pues, nada opinamos, absteniéndonos de conjeturas que no nos competían. Era misión de los investigadores descifrar el enigma y recuperar el Códice, lo que ha sucedido al cabo de un año con resultado feliz y generalizada sorpresa para quienes opinaban lo del robo planificado y el multimillonario coleccionista disfrutando con la posesión del Códice en su almenado castillo. La trama no ha dado para película al estilo James Bond, aunque bien podría servir de guión para divertido film de enredo a la española.
La venganza responde a un estímulo concreto y suele ejecutarse en una sola acción, no es normal seguir año tras año con la misma. Cuando la reiteración es continua, y así lo evidencia la variedad y cantidad de efectos recuperados en el caso que nos ocupa, es solo una excusa para intentar justificar lo injustificable: la codicia del ladrón. No responde la actitud delictiva del electricista al patrón del enfermizo cleptómano, su perfil psicológico parece el del ladrón compulsivo unidireccional con el agravio como pretexto. En cualquier caso, habrá que estar a lo que dictaminen los especialistas en psiquiatría y psicología forenses, dadas las atípicas concurrencias.
Los investigadores tendrán que anudar los cabos sueltos que faltan por atar, y procurar no explayarse ante la opinión pública en detalles, sobreentendidos o referencias veladas que solo pueden alimentar el morbo.
Hoy ha formalizado Rajoy la entrega oficial del Códice al Arzobispo de Santiago y hemos oído a un comentarista televisivo preguntar con humor: ¿ Por qué lo devuelve Rajoy, si no fue él quien lo robó?, y es que hay gente que le saca chispa a todo aún jocosamente. Lo robó el electricista quien, con sus empalmes, hacia saltar chispas por doquier y el Cabildo las atribuía a las meigas.
Menos mal que el electricista no campaba a sus anchas por Hacienda, se hubiera quedado con las cruces puestas en la casilla correspondiente a la Iglesia Católica en la declaración de la renta.
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