Las advertencias a un hijo travieso para que cese en su diabluras, so pena de ser castigado si persiste en su actitud, de nada valen si no se lleva a la práctica la corrección reiteradamente anunciada. El menor percibe que son meras palabras sin ánimo de cumplirlas, se crece, pasa a mayores y sigue comprobando que nada le pasa, se ha hecho el amo de la casa actuando a su capricho y la autoridad familiar deja de existir porque nunca se ejerció ni se tuvo voluntad de hacerla prevalecer. Se acaba por rendirse a las veleidades rebeldes, a veces tiránicas y, en una inversión de roles, tienen que pedir los padres permiso para poder hablar y,si se agrava la situación, soportar los malos tratos fingiendo ante el vecindario que los hematomas obedecen a una caída casual.
Si trasladamos lo anterior al País Vasco y Cataluña, tenemos tres cuartos de lo mismo, pero elevado el resultado al cubo. Ya no estamos hablando de diabluras y desobediencias en el ámbito familiar, sino de chula prepotencia y desafío, rayanas en la rebeldía, ante las decisiones del Gobierno de la Nación e Instituciones del Estado cuando no son de su agrado o ven en ellas una "intromisión" a "su derecho" a decidir. Como muestra, pues la relación sería en exceso prolija, valgan los rechazos a las sentencias judiciales sobre la lengua, el mantenimiento / aumento de "embajadillas" y subvenciones para promocionar la lengua vernácula en detrimento de la común española, el incumplimiento de la Ley de Banderas, el fomento de todo lo que conlleve al independentismo y aunque paramos de contar por hastío, cabe refrescar la memoria sobre el llamado " cupo vasco", auténtico privilegio recaudatorio mantenido por los gobiernos democráticos de turno.
La desafección a la Nación española, que viene incubándose desde largo, ha ido en aumento en los últimos años, ocurriendo como en el ejemplo familiar, cuando más se les da y se les consiente, pues, eso, más nos toman a pitorreo y se envalentonan. Hay normas que permiten hacerles pasar por el aro legal, el proclamarlo a nada conduce si no hay voluntad de ponerlas en práctica. Ante la contumaz ligereza en gastos estrafalarios y superfluos,¿ hasta dónde sería capaz de llegar el Gobierno para obligar a ciertas autonomías a prescindir de ellos y a cumplir con el déficit comprometido? Y este es un simple interrogante menor que nos planteamos, en comparación con otros de mayor calado que afectan a la dignidad e integridad territorial de España.
El Gobierno dice saber lo que tiene que hacer, que lo haga con sentido de justicia y "salga el sol por Antequera". El latiguillo que viene el lobo, vale por una vez y para niños, pero no para los del colmillo retorcido. La verdad es que no lo tiene fácil, ¡ menudos miuras le han tocado !, los del encierro de ayer en Pamplona son becerrillos comparados con los que tiene que lidiar.
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