La verdad es que tenemos dudas acerca la utilidad del debate sobre el humanismo del siglo XXI, entre el cardenal Cañizares y el ex presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, que se celebró el jueves pasado día 28 en el Palacio de Congresos de Ávila, organizado por la Universidad Católica de dicha ciudad y el diario La Razón. Mas bien creemos que ninguna novedad de relieve ha aportado, salvo la derivada de la notoriedad pública, por razones distintas, de los dos intervinientes y la repercusión mediática ; a no ser que hayan existido otras motivaciones que desconocemos.
La altura intelectual y formación humanística entre los dos es abismal, como conocidos y divergentes son los principios morales/éticos asumidos por cada uno. Las discrepancias sobre valores, principios y confrontación de ideas diferentes, son legítimas, democráticas, e incluso pueden ser ilustrativas si las opiniones proceden de personas con amplios saberes sobre el tema a tratar, por opuestas que sean sus posturas.
Cuando tal desequilibrio se produce decae el interés del debate académico, su razón de ser y pierde riqueza . Como no podía ser de otra manera, se guardan las educadas formas, el "fair play"; pero nada nuevo aporta al espectador que conoce de antemano las posiciones de los respectivos hablantes y la superioridad intelectual de Cañizares sobre Zapatero.
Por lo visto, se pretendió seguir el precedente del magistral debate, sostenido hace años en Alemania, entre el entonces cardenal Ratzinger- actual Pontífice de la Iglesia Católica- y el prestigioso filósofo Jürgen Habermas- defensor del laicismo-, dos figuras del pensamiento reconocidas internacionalmente por sus vastos conocimiento filosóficos, con el estudio y la reflexión siempre a cuestas; pero no vale insistir, el de Valladolid ha sido eso: a la española.
El diálogo es conveniente, como escuchar las razones del otro, cuando va dirigido a intentar acercar y clarificar las respectivas posiciones mediante una exposición razonada e interactiva de las ideas sostenidas por los debatientes, aunque finalmente no se produzca el acercamiento ideológico lo que suele ocurrir con frecuencia. Puede ser enriquecedor, pero al debate entre Cañizares y Zapatero le ha faltado consistencia, no ha respondido a las expectativas por el desequilibrio antes citado y la apenas confrontación de la diferente concepción humanística postulada por cada uno de ellos.
Posiblemente el cardenal Cañizares quiso demostrar la predisposición al diálogo de la Iglesia, lo que es obvio, y denunciar el origen de los males que aquejan a Occidente, no poniendo reparos a participar en el debate pues, al fin y al cabo, fue el inspirador de la Universidad Católica de Valladolid y Gran Canciller de la misma. A Zapatero, parece ser que su partido le recomendó que no asistiera, aunque al final le arroparon algunos de los suyos, pero seguramente pensó que era una buena ocasión para salir del ostracismo y si de paso ganaba unos euritos, de no haber intervenido desinteresadamente, ya tenía unos ingresos extras más; al fin y al cabo, nada tenía que perder. No han salido muy bien parados lo organizadores, especialmente la Universidad en cuanto a imagen por el bochornoso espectáculo de algunos alborotadores, y el presentador-moderador debió sudar tinta hasta que finalmente se aplacaron.
Dicho lo anterior no queda más que reprobar la conducta de quienes dirigieron abucheos contra Zapatero. La asistencia no era obligada, así que lo correcto era guardar la debida compostura o quedarse en casa. No es de recibo aprovechar un acto académico para dar rienda suelta a pasiones políticas.
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